Hace meses, un alumno me dijo en privado que le había molestado un chiste hecho  su costa por otro profesor. La broma era bastante inocente, pero era comprensible que el crío se sintiera algo molesto. Al comentárselo yo en privado a un puñado de profesores que no incluía el de la bromita, el comentario general fue que el alumno era demasiado susceptible, a pesar de que sus formas fueron impecables (hacerme una queja privada a mí para que yo mediara si lo consideraba necesario).
El muchacho inspira ternura. Es bajito, delgado, y tímido. Y en clase de inglés, me ha salido solo llamarle con un apodo. Supongamos Baby, por si nos está leyendo. Al terminar la clase le pregunté si le molestaba, y se quedó pensando, antes de decir, «no, ¿por qué?» Y su cara de sorpresa era para hacerle una foto. Debía ser la primera vez que un profesor le pedía permiso para algo.
Seré tonta, pero me da un poco de pena que mis alumnos no estén acostumbrados a que les pidan permiso para nada. En la profesión está difundida la idea de que un alumno enfadado con un profesor nos mandará a sus padres por haberles tocado un pelo de su santa cabeza, pero la realidad es que la mayoría aguanta con resignación las bromas, la ironía, el sarcasmo, los gritos, las preguntas impertinentes.Y creo que a todos nos iría mejor con un poco de suavidad y de delicadeza.
 
 
 

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