En los últimos días, han pasado varias cosas como para hacerme reflexionar sobre cómo nos relacionamos las feministas y otros movimientos anti-opresión con quienes forman parte de grupos privilegiados y se quieren unir a la causa. En primer lugar, durante la ceremonia de los Oscars, la web The Onion creyó que insultar por Twitter a Quvenzhané Wallis, una niña de nueve años, era divertido, o satírico, o quién sabe.
Traduzco: «Parece que a todo el mundo le da miedo decirlo, pero Q W es un poco (…), ¿no?» La palabra escogida se podría traducir por «coño» y es oficialmente el insulto más fuerte que se le puede llamar a alguien, hombre o mujer, en inglés. Obsérvese el éxito del chiste, al que yo personalmente no le veo la gracia. Esto provocó un debate entre mujeres no-blancas en Twitter y ahí fue donde yo me enteré de puntos de vista que conocía un poco sobre la distancia entre el feminismo de las blancas y el de las demás. Eso también me permitió conocer a la maravillosa @graceishuman
En segundo lugar, una serie de tuiteros, mujeres y hombres, casi todos con muchos puntos en común, se pelearon por cuál debería ser el papel de los hombres dentro del feminismo, o sin etiquetas, de los movimientos por los derechos de la mujer (el feminismo no es el único). No tengo ganas de dar citas, os vais a tener que fiar de mí. Había dos posiciones fundamentales: según @luzhilda, siguiendo una línea clásica en feminismo radical, los hombres no tienen cabida en el feminismo. Apoyo sí, parte del movimiento no. Y su opresión, caso de que exista, es irrelevante para nosotras. Según @MordorMirror, que no recuerdo que se refiriera a los problemas de la masculinidad para nada, defendía que los hombres pueden y deben ser feministas.
Y por último, ayer leí un tweet absolutamente magistral de @scaTX.
Traduzco: Si eres feminista, y blanca, y una mujer que no es blanca dice «El feminismo de las blancas no ha hecho X» y tú SÍ lo hiciste, esa mujer no está hablando contigo.
Esto tan sencillito de decir es muy difícil de tragar. A saber: la idea de que cuando un grupo oprimido protesta, no se está refiriendo a todos y cada uno de los miembros del colectivo opresor, o privilegiado por esa opresión. Cuando las feministas hablamos del patriarcado, no estamos culpando de todas las discriminaciones a todos los hombres. Y la conversación en la que estaba @scaTX me incluye en la parte culpable: como mujer blanca (a los efectos de esta discusión), lo único que puedo hacer si quiero tener un mínimo de ética es «oscurecer» los espacios que ya ocupo, no acudir en modo Gran Salvadora Blanca a donde están trabajando las demás, que bastante tienen con lo suyo.
En fin. Entiendo a las dos partes: el conflicto feministas radicales / hombres, y activistas no-blancas / mujeres blancas. Eso no quiere decir que esté de acuerdo con todo lo que dicen. Desde la parte que me toca como feminista blanca, creo que hay más razones para incluir a los hombres que para dejarlos de lado. Pero con condiciones.
Lo primero, los hombres feministas tienen que callarse y escuchar. Tienen que saber qué quieren las que elaboran sesudas teorías y qué necesitan las que no saben ni leer. «Tener lo mismo que ellos» dejó de ser la respuesta hace 50 años. Además, deben entender que desde su posición de privilegio (que sí, que no es culpa suya, pero lo tienen) todo lo que digan va a ser más escuchado que lo que digamos las mujeres y que es inevitable que eso produzca resentimiento. Es muy normal que cuando una mujer dice algo, no se entere nadie, y cuando un hombre dice que está de acuerdo, la gente lo oiga como idea de él. ¿Cómo evitar eso? pues de nuevo, escuchando más.
Más. Antes me he referido a los espacios. Es ya un tópico del feminismo que no queremos que los hombres vengan a donde estamos nosotras, sino que hagan feministas los lugares que ocupan ellos. Un hombre que irrumpe en una conversación real o virtual entre feministas no nos está haciendo un favor. Que coja sus ideas y se las lleve a donde no haya nadie hablando de igualdad salarial. O a donde haya gente diciendo burradas machistas.
Que no espere premios. Se los van a dar, pero que no los espere. A mí nadie me ha dado las gracias todavía por intentar ser una persona semidecente, ¿por qué te las íbamos a dar a ti?
De todas maneras, necesitamos a los hombres. Los hombres tienen el dinero, tienen el poder, tienen la tecnología y los medios de producción. Los hombres tienen hijas y esposas, y la construcción de la masculinidad de la que algunos protestan no sólo les da esa famosa incapacidad para mostrar sus sentimientos. La masculinidad mata, hombres y mujeres, pero más mujeres. Y la masculinidad sí que no la vamos a cambiar las mujeres solas.
Y como no me puedo resistir, para terminar le cederé la palabra a este grupito de hombres.