Cada vez que ocurre una gran desgracia con efectos masivos, viene en tres partes: la noticia, enterarnos de porqué pasó lo que pasó y si se podría haber evitado, y el funeral. Las consecuencias del suceso, la segunda y tercera parte, sobre todo el funeral, en España siempre hay un conflicto muy grave entre los defensores del statu quo y los ateos y/o republicanos, y este conflicto tiene a su vez dos aspectos. Primero, los ateos, los republicanos, y la gente sensible y afín en general vemos un derecho pisoteado: el simple derecho a velar a unos muertos como a los familiares, o en el caso de tragedias muy graves, al país, le dé la gana, no se cumple.
El segundo conflicto serio, que es al que voy, es la posesión del discurso por el statu quo. Todos los conceptos son suyos y sólo ellos tienen derecho a hablar. Todos los seres infectos que estos días defienden un funeral católico-monárquico para las víctimas del tren de Santiago dicen lo mismo una y otra vez:
1) las palabras son mías y significan lo que yo quiera.
2) cállate.
3) escúchame 3b) Habla de lo que yo quiera, cuando yo quiera, si te pregunto.
4) tengo derecho a seguir hablando para siempre.
Este «El discurso es mío, en cantidad y en calidad» es característico de TODOS los opresores. Y me repugna. Mandar callar es un acto de violencia. Pero, a pesar de esa violencia, y de la pena que siento, observo con curiosidad cómo las respuestas que mis amigos ateos se llevan estos días son iguales a las que las mujeres, feministas o no, aguantamos a diario, sobre todo cuando el argumento contrario es una definición, puesto que sólo si controlas el discurso confías en esa técnica. La historia la escriben los vencedores, y también los diccionarios.
Para Ilse.