En el glosario sobre feminismo, sexualidad, privilegios y temas afines, señalo que «si llegas a fin de mes es que eres rico». Esto necesita delimitación, porque desde el punto de vista político, económico y social una persona puede estar en esferas diferentes, con más o menos concurrencia de privilegios por ello.
Es todo cuestión de grados: ¿qué quiere decir llegar a fin de mes? ¿llegar a fin de mes sin salir, ir al cine, comer pescado, comprarte un móvil? hay debate sobre qué quiere decir pobreza en Occidente; si por ejemplo vives en el extrarradio de una ciudad grande, necesitas dinero para transporte para ir a trabajar. Si tienes hijos, necesitan material escolar. Si tienes o buscas un trabajo con cierto código de vestimenta, necesitas comprarte esa ropa y renovarla. Si estás mal comunicado, necesitas coche. Estas preocupaciones no las tiene un pastor de cabras en el África Subsahariana, pero son necesidades reales y urgentes y no cubrirlas quiere decir que somos pobres. Así que en este sentido, mi margen para ser «rico» es subjetivo. No quiere decir ser millonario. Por ejemplo yo, profesora de secundaria, según mi propio criterio soy rica.
En el feminismo, esto tiene consecuencias. A menos que estemos hablando de la intersección con el comunismo, los intereses tradicionalmente defendidos por el feminismo son los de las mujeres ricas. Uno de los primeros, por ejemplo, fue el derecho de las mujeres casadas a conservar su patrimonio y el de las burguesas a ser profesionales. Hay una preocupación porque las mujeres ocupen los centros de poder, fundamentalmente con cuotas. Y como último ejemplo, el comentario crítico de la industria del ocio y el entretenimiento es un interés bastante «para ricas». Podemos discutir esto, pero los pobres no producen películas, es menos probable que vayan a la universidad a aprender análisis textual, y tienen preocupaciones más urgentes y graves que el test de Bechdel.
La segunda es el punto de vista político, por el que pasaré muy por encima. Es simple: o eres dueño de medios de producción, y entonces eres burgués, o no lo eres, y entonces eres obrero, o asalariado, como más te guste decirlo. Si eres autónomo o pequeño empresario, estás en medio. En un país capitalista, los propietarios de medios de producción suelen ser ricos, y los demás normalmente no. Aquí la parte interesante del trabajo feminista de izquierdas es concienciar a los no-propietarios de que deben ser un colectivo unido. Hay mucho que decir sobre esa lucha, pero como lo que estoy haciendo es sólo definir, lo dejo aquí de momento.
En tercer lugar, tenemos lo más difícil y difuso: desde el punto de vista cultural, tenemos la clase media. Desde mi segundo punto de vista, la clase media no existe, es un engaño que nos han dado a los trabajadores «intelectuales» para que nos sintamos superiores a otros trabajadores. Yo, licenciada, soy un superior a la maestra diplomada que es mejor que la administrativa, que es mejor que la conserje que es mejor que la camarera que es mejor que la limpiadora. Hay una escala sobre con quién me apetece tomar café. Y es todo mentira, porque al final, todas tenemos el mismo jefe y los mismos problemas, sólo que para mí son un poquitín más fáciles porque nuestro jefe común me ha dado a mí más paga. El prestigio social de hacer un trabajo no manual ni me da de comer, ni me da más derechos, ni me protege de la explotación del empresario.
Sin embargo, observemos ese prestigio social. Ese sí es un privilegio: el de pertenecer a la clase media. Su definición es compleja; inevitable, es sólo un ideal, y además, quiere definirse por estar «en el término medio», como la virtud (véase falacia del término medio). Por otra parte, como señala Lynda Nead (1), cuando se creó el concepto de clase media se hizo aglutinando a grupos de muy diversas ocupaciones y nivel de ingresos, con lo que se llegó a una definición coherente mediante la llamada «ideología doméstica» (la sacralización de la vida doméstica burguesa como lugar de paz y armonía) y la producción de roles de género claramente delimitados que nos han llegado hasta hoy.
De manera esquemática, las siguientes características son propias de la clase media en Occidente, aunque no tienen que cumplirse todas.
– Trabajadores intelectuales. Trabajas sentado. No haces trabajo manual. Has estudiado una carrera universitaria o una especialización, como un grado superior.
– Eres de una familia que siempre ha supuesto que ibas a estudiar. El recorrido «esfuerzo -> estudios -> carrera -> trabajo bien pagado» es un valor en el que se educa a los niños.
– En general, un aura de respetabilidad, que además se cultiva cuidadosamente. La clase alta pasa, y la clase obrera da esa batalla por perdida.
– Algo parecido se aplica a los modales. La clase media es la que se preocupa por con qué cubiertos se comen las gambas. La clase alta lo sabe… pero no se tiene que preocupar por ello. La clase media es la que le da mucho valor a saludar, a pedir por favor y a dar las gracias. No es que las otras no lo hagan, sino que no le dan la misma importancia.
– Un nivel económico intermedio según lo dicho en la primera definición.
– Un consumo muy alto de productos culturales, en parte porque casi todo lo que se hace te tiene a ti como objetivo.
– Uso de un registro lingüístico que se corresponde con el estándar en ese idioma. Esto tiene variaciones; por ejemplo, el andaluz culto o estándar no tiene el menor valor en este sentido fuera de Andalucía, pero los andaluces somos muy conscientes de la diferencia.
Un ejemplo de los valores de la clase media lo vemos en muchísimas películas que nos venden la idea de que con esfuerzo se consigue superar cualquier dificultad. Se me ocurren: El Indomable Will Hunting, Gattaca, Jerry Maguire, En Busca de la Felicidad, Family Man, Armas de Mujer, Billy Elliott. Y muchas películas sobre deportistas (por ejemplo, Invictus, Rocky, Quiero ser como Beckham). Todas estas películas cuentan lo mismo: desde orígenes obreros, o desde una crisis grave que lleva desde la parte media-alta al fondo de la escala, el esfuerzo personal y una pequeñita ayuda externa conducen a nuestro protagonista a donde quiere estar: del uno al diez, un siete. A un chalet en las afueras, y no a una mansión. A una pareja perfectamente heteronormativa, y estable, con niños a ser posible. El final feliz no tiene nada que ver con conseguir mucho dinero, puesto que la recompensa final casi siempre es… encontrar trabajo. El final feliz es el esfuerzo recompensado, la estabilidad, la incorporación a lo normativo, y a veces, el escape de la clase obrera. Cuando nos quieren contar una historia de millonarios, se recurre a la biografía de personajes históricos (María Antonieta, El Aviador), para dejar muy claro que nosotros, el público, no tenemos que aspirar a ser así. Sí, son ricos, pero son raros, inmorales, desgraciados y están locos. Esto vale también para la obsesión inglesa con la época eduardiana (véase Downton Abbey)
Es decir, y como conclusión: el dinero nos da privilegios, y más cuanto más dinero tengamos. Es un continuo con zonas grises. La clase media, aunque desde el punto de vista económico y laboral es una mentira, social y culturalmente sí es un privilegio, relacionado con que nos convierte en el grupo «normal», prestigioso, e invisible.
Respecto al segundo de los tres puntos de vista recomiendo MUCHO leer esto (sobre la clase obrera) y esto (sobre la mentira de la clase media).
1. Nead, Lynda. Myths of Sexuality: Representations of Women in Victorian Fiction. 1988.