En cualquier lucha contra la discriminación en la que se cuente como aliados con quienes no la sufren puede surgir el problema de si los mismos pueden “renunciar” a sus privilegios. Esto genera fricción entre oprimidos y aliados, que se preguntan si para ser un activista “de verdad” van a tener que renunciar a algo que consideran parte de su identidad. Hay muchas opiniones sobre ello; la mía es que el conflicto viene del complejo significado de la palabra “privilegio”. Son varias cosas: en primer lugar, una característica a veces irrenunciable. Por ejemplo, ser hombre, ser heterosexual, ser cis…. de todas ellas, la única renunciable es ser rico y algunas son modificables, como no estar discapacitado. Cuando hablamos de “renunciar a privilegios” no nos referimos a esto.
En segundo lugar, tenemos la jerarquía que convierte las características personales en ventajas. El patriarcado sitúa al hombre sobre la mujer, el capitalismo genera desigualdad social, el racismo establece una raza superior, y así sucesivamente. Renunciar al privilegio es combatir la jerarquía.
Por último, si sumamos nuestra característica personal a la jerarquía, las consecuencias son las ventajas concretas que tenemos. Ya he hablado sobre las mías. Citemos algunas de los hombres: se les consiente más agresividad, se les presupone ser más racionales, se les escucha más. Sólo por decir algún ejemplo. Esto, las consecuencias, es privilegio en su tercera acepción.
Cuando queremos implicarnos en una lucha contra la discriminación, queremos ser activos (somos activistas, ¿no?) y queremos combatir a otros (la autocrítica es dura). Y nos fijamos en el segundo punto. Algunos grandes logros provienen de aliados, aunque solo sea porque tenían el poder y los apellidos: abolir la esclavitud, dar el voto a los pobres, dar el voto a la mujer, legalizar el matrimonio homosexual, y así. Esos son los logros que queremos, por supuesto, poder decir “yo he hecho”.
Los aliados, por otra parte, tienen un extra de trabajo, centrado en la tercera acepción. Supongamos un hombre feminista: su función, además de combatir el daño hecho a las mujeres por terceros, también es procurar no beneficiarse, por acción o por omisión, de ser un hombre. Esto es un trabajo imposible de hacer de forma completa, porque no depende de cada hombre cómo lo perciba el resto de la sociedad, a menos que se haga un esfuerzo muy grande para salir de la jerarquía. Además, es durísimo y desagradecido: si te callas, si no interrumpes, si das la razón, si dejas de llamar “ayudar” a tu parte de las tareas de la casa…. nadie se va a dar mucha cuenta, y no te lo va a agradecer nadie. No digo que sea fácil. E insisto: no sirve de mucho hacer una lista de tareas, porque es inacabable, y cada uno debe dedicarse a donde más útil resulte. Sólo digo que si no haces, aunque sea un poquito, el trabajo de ir perdiendo ventaja sobre mí, mal puedo considerarte mi aliado.
Un comentario sobre “La naturaleza de los privilegios, y sobre su renuncia.”