En estos días en los que se ha criticado tanto la reforma del aborto que quiere hacer Gallardón, he oído un argumento peligroso: “el aborto es cosa de dos”; “en una pareja estable el padre debe ser escuchado”. Esto parte de una fantasía, que es la siguiente situación:
Había una vez una pareja estable, sin problemas reseñables. La mujer se quedó embarazada (de su pareja estable) y abortó sin el consentimiento, quizá contra la voluntad, de su abnegada pareja, que deseaba ese bebé más que nada.
Los creyentes en este cuento tienen opiniones variadas sobre cómo limitar el daño que hace esa mujer de fantasía. He oído que el aborto debe ser libre “pero”; también que escuchar la opinión del padre-caso-de-haberlo debe formar parte de las vallas de la carrera de obstáculos que se ponen entre la mujer y el aborto, al nivel de medidas como los días de espera. Y también, lo más extremo, que las leyes de supuestos y no de plazos tienen la virtud de eliminar este peligroso “aborto sin consentimiento del padre”.
El cuento se desmorona a poco que lo observemos. En primer lugar, está qué pasa dentro de las parejas estables. Una de las cosas que podrían estar ocurriendo es una situación de violencia de género, con su consiguiente coerción reproductiva. Sí, hasta que no te lo explican no caes en la cuenta: los maltratadores quieren tener a su víctima controlada, y pocas cosas te tienen más controlada que ser madre. Aquí hay mucha más información, en inglés. Esa mujer en una pareja estable que aborta a escondidas puede que se quedara embarazada a consecuencia de una violación que no quiere denunciar; tras un sabotaje a su anticoncepción; o simplemente, no quiere estar embarazada de un hombre que podría matarla.
Y si no es el caso ¿por qué querría ocultar algo tan serio una mujer que hemos dicho que es razonablemente feliz con su pareja? Aquí se oculta la misoginia, el miedo a que la mujer sea mentirosa o egoísta. ¿No te has parado a pensar qué razones tiene ella para desear acabar con ese embarazo? ¿No confías en ella?
Además, pedir hijos es sencillamente pedir demasiado. Los hombres abandonan a sus hijos impunemente, todos los días. Eso lo sabe la mujer desde que veía quién le ponía la comida y quién le cambiaba los pañales; cuando la llevaban al colegio y veía que había niños con madres solteras y niños al cuidado de los abuelos, pero niños al cuidado del padre, pues no. No lo llevamos en la sangre: es una lección que hemos aprendido. Dado que los hombres pueden desentenderse si quieren, es desmesurado que si deciden implicarse tenga que ser a costa de la autonomía personal y la salud de una persona que no desea estar embarazada.
Hay que insistir en este tema de la salud y la autonomía. Ninguna persona te debe nada; no puedes obligar a nadie, ni a tus padres, ni a tus hijos, a darte, por ejemplo, sangre o médula ósea, ni a arriesgar su vida por ti. Un embarazo no es una enfermedad pero conlleva molestias, pérdida de calidad de vida, y potencialmente, trastornos agudos y crónicos. Como mínimo te pasas nueve meses sin poder tomar ni una pastilla para el dolor de cabeza. Vómitos, cansancio, dolor, diabetes, hipertensión, incontinencia urinaria, estreñimiento, hemorroides. Una anestesia y que te rajen la barriga, o un proceso doloroso por naturaleza y que la medicina vuelve humillante, que incluye que te rajen los genitales, explicado muy bien aquí. Y aunque el embarazo no fuera una situación en la que te estás jugando la vida, es la única situación en la que te permites opinar sobre mis órganos internos.
A veces toda esta fantasía se disfraza de corresponsabilidad. Los hijos son de los dos, los cuidados son de los dos, hagamos el embarazo también de los dos. Es una trampa: es seguir manteniendo la propiedad patriarcal del aparato reproductor. ¿Quieres hijos? Asume obligaciones después de que nazcan. Antes, no pidas lo que no es tuyo.