Anoche tuve que echar a una mirla del salón. La muy tonta no quería salir: si la espantaba hacia la puerta, se subía a lo alto de los muebles. Así nos pasamos media hora, hasta que le solté encima un trapo, y la saqué al jardín.
Esta mañana, se oía en la casa un piar muy alto. No era una canción, era más bien un «iik-iik». Era my obvio que se trataba de un mirlito chico, avisando de que tenía hambre. Por eso la mirla de ayer no quería irse: no podía dejar atrás a su cría. Tardé mucho en encontrar al pajarito escondido detrás de unos libros. No era muy pequeño, tenía todas sus plumas adultas en las alas pero aún no en el cuerpo. Su absoluto desaliño me recordó a un adolescente. No fe difícil envolverlo en el mismo trapo que a su madre y dejarlo en una esquina tranquila del jardín. Enseguida, un mirlo muy negro (macho, por tanto), voló hasta el centro del jardín y se puso a cantar muy fuerte y muy rápido.En segundos, al menos tres pájaros se habían acercado a ayudar al pollo, empujándolo hacia un arbusto para que se escondiera.
Catorce madres:
Mirlas al rescate
del pollito caído.