Glasgow street dusk

Hace bastantes años, estuve trabajando en una pizzería de Glasgow. Estábamos en pleno centro, en una zona donde entre semana vendíamos el almuerzo a oficinistas, y los fines de semana la cena a quienes iban a los pubs. De día el trabajo tenía sus horas punta y sus horas vacías; las noches de los fines de semana esto era más acusado. Podía variar cuándo entrabas, de cinco de la tarde a once de la noche, y se cerraba a las cinco. Y las avalanchas eran a las doce, al cerrar los pubs, y a las dos, al cerrar las discotecas o lo que fuera que cerrase lo último. En medio, tiempos muertos y un goteo intermitente de borrachos buscando pelea.
El turno de noche tenía fama de peligroso, y precisamente por eso la empresa quería que las mujeres más jóvenes de la plantilla formáramos parte de él. Decían que cuando por la noche sólo había hombres, los clientes con ganas de bronca se ponían más agresivos, y que la simple presencia de alguna mujer, aunque no dijera nada, servía para calmar los ánimos; por lo menos esta versión me contó un compañero.
Había tres clases de trabajo: lo más fácil era despachar. Yo aprendí en un día. Luego te equivocas, pero era un trabajo sencillo. Quien despacha lleva la caja y el stock de las bebidas. Luego estaba el pizzero. Hacer pizzas se puede hacer mejor y peor, pero si el pizzero no era bueno a nadie le importaba mucho. El pizzero controlaba su propio stock. Por último, el freidor. Freír era complicado, no tanto por la freidora sino porque había que saber controlar unas cantidades de comida más abundantes y más caras. Casi todos los freidores sabían hacer pizzas en una urgencia. En un turno de día normal éramos tres, uno en cada posición; de noche, cuatro, y la cuarta persona tenía que ser polivalente. Todos los freidores eran hombres, y una chica que despachaba estaba aprendiendo a hacer pizzas.
Así que una noche en semana estábamos tres hombres y yo, o dos hombres, una segunda mujer y yo. Esto dio lugar al principio a una serie de problemas que contaré otro día. Hoy quiero hablar de los clientes. Estaban los borrachos inofensivos: habían salido del pub y solamente querían comer algo. Aparte de algo de impaciencia o de lentitud al pagar, no daban mayor problema. Estaban los borrachos folloneros: o querían pelea con los otros hombres o querían provocarnos a las mujeres. Lo mejor era ignorarlos, porque sólo querían pelea, y como además venían a la hora punta, concentrarse en trabajar era lo mejor. Había gente como la del turno de día, con su prisa o no, bordes o corteses. Y estaban, por último, las prostitutas que trabajaban cerca de allí.
Las prostitutas trabajaban en la calle. Yo no las veía al ir o volver de trabajar, así que debían estar muy pocas horas. Casi todas eran bastante mayores y todas eran escocesas; era fácil de reconocer por el acento. Mujeres de otra nacionalidad también podrían haber sido blancas y rubias, pero todas las clientas prostitutas que tuve hablaban alguna versión de acento escocés. Se puede uno preguntar, ¿y cómo sabías que eran prostitutas? Porque los compañeros no paraban de hablar del tema cada vez que entraba una. Eran clientas habituales, las reconocías, aprovechaban los tiempos muertos de nuestro trabajo para venir, y cada vez que yo despachaba a alguna, en cuanto salía del local alguien tenía que hacer comentarios.
No daban problemas. Alguna vez, alguna de ellas se enfadaba y se ponía borde (porque atendíamos despacio, sobre todo) pero no más que cualquier otro cliente. Venían a por la cena y punto. Otras, como cualquier persona que se hace habitual en un negocio y saluda a la cajera, hacían algo de charla intrascendente, algo que yo agradecía. Los clientes habituales del turno de mañana rara vez se dignaban a decir algo más largo que los buenos días y su pedido.
Mis compañeros no las aguantaban. La actitud que tenían la resume una anécdota. Un día, una de ellas me pagó con un billete de 50 libras que se sacó del zapato. Había cambio de sobra y se lo di. En cuanto nos quedamos solos, los compañeros me hicieron un consejo de guerra. «¿Sabes quién era? Vete a saber qué ha hecho y de dónde sale el billete».  «Como sea falso, el jefe nos va a meter a todos en un lío gordo». Y el remate, la otra mujer del turno: «¿Has visto dónde llevaba el billete? Igual es hasta robado»  (sí, se suponía que aquello tenía lógica, debía haber una banda de ladrones glasgovianos que guardaban el botín en zapatos). Todos con las caras largas ante aquel billete simultáneamente robado, falsificado, y obtenido mediante la prostitución, todo a la vez.

2 comentarios sobre “Aventuras en un mundo sexista: turno de noche.

  1. Hola Eugenia!
    Me gusta mucho tu blog, lo estoy disfrutando mucho. Soy madre de una peque de 10 meses y andaba buscando pelis infantiles que pasaran el test de Bechdel, y me he topado contigo.
    Estoy de acuerdo con las ideas que comentas, y por ahí quiero encaminar la educación de mi hija. Aunque no me crié en una familia machista ni marcadamente patriarcal, creo que mi generación (tengo 34 años) sufrió la manipulación social del «estigma» de ser mujer. Y hasta que no eres mayor y con dos dedos de frente no te das cuenta. Es decir, te pasas el colegio, el instituto, puede que la universidad, dirigida por unos cánones que intentan despistarte para que no consigas lo mismo que un individuo masculino. El amor, los hombres, cómo gustar, el aspecto físico, el comportamiento… esas eran las metas que te inculcaban (machacaban) los medios de comunicación, los compañeros y compañeras, todo eso era más importante que los estudios, la amistad o disfrutar de la vida. Cuanta seguridad te quitaban esas cosas, cuantas horas de sueño, cuanto tiempo perdido, lágrimas, malos ratos… Que es normal que un adolescente pase por esas cosas, pero hay que darle seguridad y abrirle otros mundos. Por eso voy a dedicarme a educar a mi hija con pelis, libros… donde NO todo se soluciona cuando el amor (EL HOMBRE) llama a tu puerta.
    Leí hace poco un par de novelas de Anne Perry, en una de ellas decía «los hombres han hecho unas leyes para ellos y otras para nosotras». Son novelas victorianas, época mucho más retrograda, pero en esencia, sigue siendo lo mismo.
    En fin, no sé si me he explicado bien. He echado de menos poder comentar en otras entradas tuyas, suerte has tenido, porque ya ves que tengo charla para rato jajajaja
    Un saludo y sigue así, gracias por tu blog.

    1. Hola! tengo quitados los comentarios a entradas antiguas por culpa del spam, que me llega un montón. Muchas gracias por tu comentario, y espero que te guste lo que leas por aquí.

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