lagarde-merkel-GreeceChristine Lagarde y Angela Merkel, encuentro sobre la deuda de Grecia, Abril 2014. De greekreporter.com.
Cuando entendí que había varias clases de feminismo, mi visión estaba marcada por una división raza-clase presente en mis fuentes, que eran americanas. Por un lado estaban las mujeres blancas y ricas, y por otro las pobres a las que se presuponía ser negras, latinas, o migrantes. Entendí, de una manera más o menos intuitiva, que lo mismo ocurría en lugares donde las tensiones raciales no eran exactamente las mismas: el feminismo que yo había aprendido de pequeña era, de forma muy resumida, la lucha por los derechos de las mujeres que lo tenían todo en la vida, menos ser hombres. Y lo llamé “feminismo para ricas”. Bastante más adelante, me enteré de que la acusación de “feminismo burgués” se lanza contra las feministas, a veces sin criterio. Todo lo que no le gusta a según qué críticos es feminismo burgués, algo que tiene un peligroso tufillo a “pero de qué os quejáis, las de Yemen están peor”. Pero veamos si hay algún fundamento en la acusación e intentemos definir qué es eso del “feminismo burgués”.
Una dificultad que surge es que casi todo el feminismo académico, las teorías, los libros, lo fácil de difundir, lo han hecho precisamente burguesas, que para eso tenían el tiempo, la formación y las conexiones. Algunas de las ideas de las grandes autoras clásicas burguesas, como Virginia Woolf, son imprescindibles, y olvidarlas nos deja un feminismo bastante cojo. Que cometieron errores, sí. Pero sin disculparlos, hay que verlas en su contexto y extraer lecciones o propuestas de acción útiles para todas.
Sigamos; en un definición más estricta, sería aquello que beneficia a las mujeres burguesas. Algunos de los logros en este sentido nos parecen universales pero o no lo fueron en su momento, o no son igualmente positivos para todas. Por ejemplo, el derecho al voto, que históricamente no fue una petición de sufragio universal sino de acceso al voto en las mismas condiciones que los hombres. Otros derechos parecidos fueron el acceso a la universidad y a las profesiones liberales: primero se luchó porque fuera legal y luego porque fuésemos aceptadas y respetadas como profesionales, pero no había, y sigue sin haber, un gran interés equiparable por los estudios o el trabajo de las mujeres pobres. La generación de mi madre fue la primera que vivió esto: en los 70 dejó de ser muy sorprendente que una mujer estudiara una carrera universitaria que no fuera Magisterio o Enfermería. ¿Supuso esto una reducción de la desigualdad social y económica? No lo creo, desde luego no al mismo tiempo ni por los mismos motivos.
Otro ejemplo, más contemporáneo: la llamada “crianza natural”. ¿Quién puede permitirse poner otros aspectos de su vida en pausa durante varios años para dedicarse en cuerpo y alma a los hijos? Alguien que tiene todo lo demás resuelto, al menos en lo económico.
También podemos calificar de feminismo burgués todo aquello que además de beneficiar a las burguesas, perpetúa la situación de las oprimidas, normalmente por ser obreras, pero puede haber más intersecciones (por ejemplo, no ser de la raza o cultura dominante). Por dar un ejemplo que continúa lo anterior: la incorporación de las mujeres a profesiones de prestigio sin ningún cambio en la relación de los hombres con lo doméstico ha supuesto el mantenimiento de un servicio doméstico en unas condiciones de explotación inaceptables. No es el problema el servicio doméstico en sí, sino cómo se realiza.
Por último, la definición más amplia de feminismo burgués  sería la de todo aquello que nos distrae de lo que pueda suponer una mejora global de las condiciones de vida de todas las mujeres. Es un concepto quizás demasiado amplio: ¿es “feminismo burgués” hacer crítica feminista de productos culturales? ¿hablar de autoestima e imagen corporal? ¿Todos los problemas que no son a vida o muerte son desechables por “burgueses”? No me parece fácil decir que sí y desecharlo todo. La clave puede estar en no perder la perspectiva de conjunto sobre qué deseamos, y en preguntarnos siempre qué efecto tienen nuestras acciones en mujeres que no tienen las mismas circunstancias que nosotras. Hablo por mí; mi medida son mis alumnas, hijas de obreras, residentes en una zona rural. No todo lo que hago las beneficia directamente, pero están ahí, en mi campo de visión.
Y es que, al final, la explotación económica nos puede hacer tanto daño como el patriarcado. También nos mata. También nos dice que no somos del todo humanas. También nos engaña con la posibilidad de que algunas de nosotras estemos por encima de líneas arbitrarias. La existencia de mujeres explotadoras, burguesas en el sentido de dueñas ellas de los medios de producción y no esposas o hijas de los burgueses, es un logro del feminismo. ¿Es bueno para alguien que exista Christine Lagarde o Mónica Oriol? No. En absoluto. No hay dudas. No hay ni una chispa de mejora para nadie más que ellas mismas. Han hecho falta siglos de lucha para que existan, ¿y ha merecido la pena? Les hemos dado una plataforma para hacernos daño gracias al feminismo burgués. Son un efecto secundario, venenoso, de haber creído que bastaba con ser iguales que los hombres ricos. Un sueño que produce tales monstruos.

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