Una de mis primeras actividades de creación propia: poner en orden los versos de la letra de una canción. No recuerdo la canción pero sí que era Navidad.
El curso escolar sigue su ritmo propio, y los comentarios al mismo también. En Junio toca que las vacaciones son demasiado largas (nadie dice lo mismo de la jornada escolar, una de las más largas de la OCDE), y en Septiembre, que los libros de texto son El Mal. Las razones para criticar el libro de texto varían según las den docentes o familias, y a continuación vamos a hacer un repaso de algunas de ellas y de sus posibles soluciones. Hay dos que ya he tratado: que los libros de texto fáciles en lenguas extranjeras son aburridos y mecánicos en vez de proponer actividades comunicativas, y que por motivos que son solamente económicos, en lugar de ser completos vienen acompañados de un número creciente de apéndices y extras, todos ellos de pago.
El inconveniente que más oigo sobre los libros de texto me parece el que menos se refiere a la naturaleza del libro, el más fácil de arreglar, y el que más apunta a las soluciones equivocadas: que el libro de texto es caro. Esto suele asociarse a que la educación obligatoria es gratuita por mandato constitucional y que por lo tanto los libros y cualquier otro gasto escolar no debería ser responsabilidad de las familias. En su forma más extrema, esto incluye que los libros de texto no deberían existir, ni siquiera si se pagan con dinero público porque estarían financiándose con impuestos, con lo que no resultarían «gratis». El problema aquí no es el uso de libros, es quién paga los materiales escolares. Comparemos con la sanidad. «La sanidad es pública, pero me obligan a pagar las medicinas». ¿Qué quieres, que te curen sin medicinas o que, en caso de que las necesites, estén pagadas total o parcialmente por el Estado? La respuesta es evidente. En el caso de los libros de texto, una necesidad menos imperiosa que las medicinas, algunas soluciones son el libro gratuito que ha estado implantado en algunas comunidades autónomas, la posibilidad de que sea el centro escolar el que compre los libros, los materiales escolares editados por instituciones públicas, las becas para la compra de material. Un factor importante es que los libros están hechos con material duradero y que no incluyan textos de lectura que caduquen rápido (referencias de actualidad, particularmente a famosos, una mala costumbre que van perdiendo los libros de idiomas). Seguro que hay más opciones. Pero en fin: no dejamos de usar una cosa porque sea cara.
Otra que sale siempre en los medios de comunicación es: los libros de texto pesan mucho. Bien, yo animo a mis alumnos a usar bloc de anillas, para no traer seis cuadernos todos los días. Sorpresa: ellos, y a veces sus familias, no quieren. Quieren cuadernos. Seis cuadernos pesan más que un bloc de anillas, pero les da igual. También tienen la costumbre de traer todo el material cada día: no seis libros, sino diez. «Si trajeran un tablet no necesitarían papel de ninguna clase». Pero estamos hablando de leer y también escribir, y de alumnos de entre 12 y 17 años que necesitan material que aguante lo que le echen (botellas de agua, comida, golpes, calor) y leer y escribir textos relativamente largos. El soporte electrónico es bueno, pero no puede ser único. Aquí la solución es, según cada caso, enseñar a los alumnos a meter en la mochila sólo lo que necesitan cada día. Y también que los libros no tengan más material del imprescindible, porque suelen estar llenos de cosas que sobran. Ilustraciones, sobre todo. Y como decía al principio, de tener una jornada escolar más corta. ¿Eres capaz de fijar tu atención en algo seis horas seguidas? Los adolescentes españoles tienen que hacerlo. Una hora menos al día son un libro y un cuaderno menos al día.
Uno que encuentro en blogs educativos es: «el libro de texto presenta un conocimiento cerrado». No es cierto, a menos que nos refiramos a todos los libros, no sólo los de texto. Nada diferencia al libro de texto en este sentido de ningún otro soporte educativo, incluida una página web. Este mismo blog presenta una lista cerrada de entradas. La queja no se sabe si se aplica al formato «libro de texto», al «libro de papel», o al «libro» como ente abstracto. Para mí no significa nada. Y como profesora, el libro de texto es un punto de partida, que expando, comprimo, resumo o altero según mi tiempo y mis ganas. ¿Dónde está escrito que los libros de texto son una Biblia y que no se pueden adaptar, o simultanear con otras fuentes? Sólo en la mente de sus fanáticos, o de sus peores enemigos. El libro debe ser, donde se use, un punto de partida.
Una manera de decir algo muy parecido es «el libro de texto fomenta un aprendizaje pasivo, en el que el profesor explica, los alumnos escuchan, hacen los ejercicios del Sagrado Libro y en casa estudian». Pero esto no es, en absoluto, una característica del libro. Lo primero que puede pasar si sacamos el libro de las garras de esa clase de profesor es que dicte apuntes, los haga copiar de la pizarra (esto es lo que psaa en las escuelas Waldorf: eliminar el libro NO fomenta automáticamente la creatividad), los fotocopie, y utilice un sistema igual o más pasivo y autoritario que con libro. Igualmente, un profesor bien preparado puede usar el libro como la base con la que vamos a trabajar. Es mejor tener un texto completamente anodino sobre cualquier tema y utilizarlo como base para lo que deseemos hacer con los alumnos. Que el libro siempre pueda ser el Plan B.
Una reacción muy optimista es un «vivimos en la sociedad del conocimiento, el saber está en todas partes, al alcance de la mano, y limitarlo a lo que cabe entre las dos tapas de un libro es reducir lo que los alumnos pueden aprender». Me pregunto si cuando se crearon las bibliotecas públicas, la radio y la televisión también se dijo que la escuela, o el libro de texto, estaban destinados a desaparecer. Sí es verdad que hay conocimiento por todas partes, pero creer que esa ubicuidad se va a filtrar sola hacia los niños y adolescentes es mucho suponer. Algo parecido ocurre con el profesor, que no es la fuente de todo el conocimiento, pero… ¿quién acerca ese conocimiento plural a los jóvenes? Aquí veo un argumento circular: vivimos en la sociedad del conocimiento, por lo tanto la educación debería reflejar este flujo de información, porque vivimos en la… pero ¿dónde está esa información? ¿en qué ambiente observamos que todo el mundo sabe mucho más,y es más inteligente, culto y crítico debido a esa información que circula abundante y libre?
Pasemos a una de las soluciones más habituales: «los profesores deberían utilizar recursos electrónicos en lugar de libros de texto». Aquí la primera pregunta es ¿qué recursos digitales? Porque desde el punto de vista de mi materia, que es inglés, tanto da hacer ejercicios de rellenar huecos online que copiados de un libro de papel. Es igual de útil (poco) y de comunicativo (nada). Continúo haciéndome preguntas incómodas: ¿hay algo intrínsecamente mejor en lo digital, y si es así, qué? ¿si utilizamos un libro de texto digital, tiene una licencia que caduca? Porque aquí veo un riesgo grave respecto al primer inconveniente indicado, el del precio. Imaginemos que sustituimos los libros de papel por recursos digitales, y que esos recursos digitales requieren una suscripción. El papel, al menos, es duradero: aguanta hasta que el libro se rompe. Lo podemos prestar y donar. Una licencia digital expira sin dejar rastro, y estamos atados de pies y manos a quien nos la concedió. De una vez por todas: la defensa de recursos educativos específicos (plataformas educativas editoriales, libro digital) como alternativa al libro de texto no resuelve ni los problemas metodológicos ni el problema del coste.
¿Con recursos digitales nos referimos a internet en su conjunto, a recursos gratuitos? Entonces no es una simple cuestión de «lo digital». Es una cuestión del profesor como creador, recopilador y editor de recursos educativos. Siempre digo que los músicos no tienen por qué ser compositores, los actores no tienen por qué ser guionistas, y un buen profesor no tiene por qué ser un buen creador de recursos educativos. Crear materiales consume muchísimo tiempo, un tiempo del que no siempre disponemos, especialmente al principio del curso. Hace dos semanas (escasos días antes de empezar el curso) que sé a qué niveles voy clase este año. Hace cuatro días lectivos que conozco a mis alumnos. No tengo inconveniente en echarle horas: empecé a llevarme trabajo a casa por la tarde el primer fin de semana. Alrededor de la mitad de lo que voy a hacer en el aula este mes lo hago sin libro; puedo hacerlo así porque el libro me ofrece un índice, una ordenación de los contenidos, porque tengo diez años de experiencia y también porque llevo cinco años en este centro y conozco al alumnado. Cuando empecé no podía trabajar de una manera tan independiente, tenía parte de la formación pero no el tiempo ni la práctica. Además, en inglés los recursos gratuitos para nivel elemental son escasísimos, por otra parte.
«Materiales elaborados por el profesorado» significa que o se reducen mis horas lectivas para que pueda crear-buscar-seleccionar-editar, o utilizo material prestado (que no pasaría los controles de calidad que sí pasan los libros de texto, ¿y qué pasa si ese material prestado no me gusta?), o trabajo el doble (un trabajo que no sustituiría a nada de lo que ya hago, sino que se añadiría a las ocho horas diarias que trabajo en los meses tranquilos). Una opción que consume algo menos de tiempo es la adaptación y selección de materiales, en lugar de crearlos. Esto es lo que hacemos para acompañar al libro cuando nos resulta insuficiente, y aunque también es difícil y lleva mucho tiempo, es más viable.
He pasado por encima por la posibilidad de compartir materiales y de colaborar con otros profesores. De nuevo, el problema es el tiempo. Claro que me puedo coordinar con otros profesores afines para utilizar unos materiales puestos en común. Pero a menos que sean mis compañeros de departamento, y de que los convenza de que los materiales creados por mí son mejores que cualquier libro de cualquier editorial, ¿dónde está ese tiempo recogido en mi horario para que me coordine con compañeros de otros centros educativos?
Por recapitular: el principal inconveniente del libro de texto es que en manos de un profesorado con una formación científica entre media y buena, y una formación pedagógica bastante escasa, sin tiempo para crear material propio o para adaptar el que tiene, corre el peligro de convertirse en la única fuente de conocimiento. Lo que fomenta un aprendizaje pasivo no es el libro en sí, sino la baja formación o motivación del profesorado. Ante esto, lo útil es contar con libros baratos, reutilizables y subvencionados. Necesitamos más formación de profesores orientada a la adaptación de materiales y a la utilización de recursos preexistentes que no sean recursos digitales comerciales específicos, además de a la creación de materiales propios. Recursos digitales sí, pero sin considerarlos la panacea. También hace falta un sistema que nos permita coordinarnos entre nosotros más fácilmente.
El libro de texto no es un enemigo, es solo una herramienta. Nuestro mayor riesgo es que nos controle, en vez de nosotros a él.
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