Los lunes, como ya he dicho, son muy duros, pero este me lo he tomado con cierta tranquilidad.
Tercero. Faltan muchos, y los que han venido no han hecho los deberes (una autoevaluación de verbos irregulares). Hoy toca algo un poco pesado y aburrido: ver toda seguida del tirón la gramática del tema en el que estamos, el comparativo. El libro apenas incluye ejemplos, así que uso la ropa que llevan puesta. Cuadro la clase con el timbre y me voy a….
segundo. Seguimos con los verbos, y después teoría. Nada muy significativo. Llego tarde a….
primero. Hay un corrillo de niñas en la puerta porque alguien ha tirado una bomba fétida. Conseguir que se callen, que saquen el libro y el cuaderno, y que se enteren de cuáles son los deberes para el jueves nos lleva más de un cuarto de hora. Pasamos el resto del tiempo haciendo dos (uno y dos y ni uno más) ejercicios de gramática bastante tradicionales. En uno de ellos hay que adivinar en qué ciudades o países están una serie de personas: en el Big Ben, el Louvre, y así. Les explico en inglés qué es el Louvre y en español qué tiene de especial Venecia. Sobre Venecia me hacen muchas preguntas. Les digo que si siguen así nos quedamos sin recreo porque quiero acabar el segundo ejercicio. Una niña pasa casi toda la clase con un ataque de ansiedad (ojos llorosos, cara descompuesta y temblores) pero prefiere quedarse en el aula. Por los pasillos un tutor me pregunta algo sobre un niño; yo le pido algo a un profsor de mi tutoría. Llego tarde a
la biblioteca en el recreo. Me como un yogur en la puerta, compruebo que todos los libros que están en préstamo faltan de la estantería (a veces alguien los guarda sin devolverlos en el programa informático) y veo una noticia del Guardian que podría ser un ejercicio para tercero: un ancianito chino, modelo de ropa diseñada por su nieto. Amenazo con echar a un cuarteto maravilla que ha venido a charlar. Mis asistentes se han olvidado de que les tocaba. Cuando toca, parece que el ruido vaya a echar el instituto abajo. Espero a que pase la estampida antes de entrar en…
segundo. Está aquí un alumno que se ha pasado meses sin venir. Le gusta hacer bromas cuando los demás se equivocan y caminar en la cuerda floja entre hacerse el gracioso y faltar al respeto al profesor. Me dice si venir a cuento que me ve un poco alterada. Sé que cree que si me dice que debo tranquilizarme, me molestará. Le digo «tú no me has visto a mí alterada, ni falta que hace». La clase se ríe y yo sigo a lo mío. Revisamos otro grupito de verbos y hacemos ejercicios. Más tarde, el mismo niño me pregunta en qué idioma leo habitualmente, y le digo que depende del libro. La manera de corregir es que tienen que leer una frase entera toda seguida, sin pausas y sin palabras en español, y si se equivcan no importa. Un chico dice que él no va a leer en inglés, que no y que no y que eso es lo que hay. No es timidez, es cabezonería. Quiero obligarlo (siempre lo consigo y al final normalizo la lectura) pero toca el timbre y se libra. Yo voy a mi última clase con…
primero. Me encuentro a un niño que no levanta metro y medio del suelo haciendo el saludo nazi. En esta clase pasa mucho. Les cuento así por encima alguna cosa que hicieron los nazis. Han visto El Niño del Pijama de Rayas, una película que detesto, pero no la critico, sino que expando a partir de lo que saben. Algunas ideas (la invasión de países de origen de compañeros de clase, el exterminio de los discapacitados, el destino de los niños en los campos de concentración) provocan caras de horror. Matar judíos no les impresiona, y la película del pijama de rayas al parecer tampoco. Pasamos de aquí a hacer ejercicios gramaticales. Doy las instrucciones unas cinco veces por ejercicio, y repito una y mil veces cómo se forma el presente continuo. Alrededor de una cuarta parte de la clase no trabaja. Hablamos de planes para el carnaval. Es posible que la semana que viene se la cojan de vacaciones por la cara.
Y así termina la mañana. Me marcho rápidamente porque por la tarde tengo que volver.
Tengo dos familias citadas; vienen una pareja y luego una madre sola. En el primer caso, no soy la tutora pero los padres están preocupados por una hija muy estudiosa pero de bajo rendimiento. Les doy un poco de guía sobre cómo organizo las tareas y los deberes y dónde debe insistir más al estudiar. La segunda es una entrevista bastante rutinaria. Me quedo luego un ratito, pasando notas sueltas a ordenador y llamando por teléfono a padres de niños que no hacen los deberes.
En casa, hago algunas cosas mecánicas como subir a la web del instituto un solucionario para 2º, y algo relajado que llevaba mucho posponiendo: seleccionar algunas fotos de la biblioteca para la pantalla informativa de la entrada, y diseñar un par de cartelitos porque tengo la biblioteca pelona. Los imprimo en casa, porque no sé si se puede imprimir a color en el trabajo. Si hay una impresora a color, yo no tengo acceso a ella.
Ha sido de lo mejor que puede ser un lunes.
Horas lectivas: 5.
Horas no lectivas: 1.30.
Horas reales trabajadas: 7.30
 
 
 

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