Parte de la decoración de la entrada en estos días.
La primera vez que hice este seguimiento de lo que hago todos los días en el trabajo escribí unas conclusiones. Mantengo casi todo, y las cosas que ahora son diferentes se deben a los cambios en mis grupos. Estas son las conclusiones que saco ahora:
1. He trabajado 105,5 horas en 20 días, incluidos un día acortado por tener que ir al médico. Esto supone una jornada laboral en abstracto y en teoría de 35 horas, pero como no contabilizo descansos y mi jornada matinal rara vez los tiene, si incluyéramos descansos hablamos de 37,5 horas, que es más o menos lo que la ley supone que hago. Debido a interrupciones y necesidades vitales variadas, cumplir con un horario así implica trabajar fines de semana, incluso si te propones, como yo, estar en el instituto unas 30 horas semanales.
2. El recuento que he hecho de las tareas usando trello no es completo: cada cinco días o así elimino tareas que he hecho, añado las que hayan ido surgiendo y me acuerde. Las que no me acuerdo de apuntar o he resuelto antes de abrir trello no figuran. Ha habido un ligero descenso, de 32 a 20. He hecho de todo: meterle el diente a tareas amplias y abiertas que no se terminan nunca, poner y corregir exámenes, cosas muy concretas como una llamada de teléfono. El trabajo no se termina nunca, y trabajar 8 horas al día no sirve para avanzar, que incluiría también hacer regularmente tareas más imaginativas que las del libro. Puedo hacerlas, pero muy de vez en cuando. De todas maneras, el trello es una ayuda magnífica, unque lo use poco.
3. Me paso la vida riñendo y creo que no soy la única. Dar clase en primero y a veces en segundo supone pasar más tiempo poniendo orden (en todos los sentidos, no solo la disciplina sino recordando, por ejemplo, qué día hay que entregar algo) que enseñando la materia.
4. El nivel de estrés es muy alto, para los profesores y para los alumnos. En los profesores se traduce en problemas de salud, que das clase peor, que riñes más y que no te concentras ni en el instituto ni en casa: hace dos años, con niños más mayores y más tranquilos, hacía más horas en casa. En los alumnos, en problemas de salud del tipo de ataques de nervios y dolores leves de cabeza o de barriga, en el ruido que hacen todo el día, y en peleas a las que ellos rara vez dan importancia. No sé qué habría que hacer para reducir el estrés aparte de aumentar los descansos y reducir las horas de clase.
5. Trabajar en un instituto pequeño (320 alumnos, 30 profesores, 4 grupos en 1º) y pasar la mayor cantidad posible de horas en el centro facilita la comunicación con otros profesores más que las reuniones regladas, porque en esas hay un orden del día que hay que seguir y consisten más bien en que alguien superior te transmite información. Poder tomarte un café o cruzarte en un cambio de clases con el tutor de ese niño que da problemas o con la Jefa de Estudios es lo que puede salvar un curso.
6. Otra cosa que puede salvar un curso es la atención personalizada. No es tan importante si tienes clases grandes o pequeñas (a 20 alumnos tampoco les das atención personalizada) como que tengas tiempo de llevar un registro de su trabajo y sus circunstancias, conocerlos, hablar con ellos en privado, hablar con sus familias y comunicarles si trabajan o no, hablar con los otros profesores del mismo niño, prepararles tareas aparte si es necesario, etc. Para mí la diferencia entre un grupo de 28 o un grupo de 20 no está en la clase en sí, sino en si al final tengo que echar cuentas de 130 niños o de 90. Ahí sí hay una diferencia, y estas tres semanas he observado un cambio de actitud grande en algunos alumnos/as que han recibido la clase de atención a la que me refiero. Eso sí, no es una fórmula mágica.
7. Doy clase con un método muy tradicional, pero cualquier pequeña ruptura con la monotonía, como una canción (que también es método tradicional), se percibe como la cumbre de lo innovador. Es como una boda por la iglesia, con todos sus perejiles, en la que la novia lleve un vestido rosa: dentro de una maquinaria que siempre hace lo mismo de la misma manera, los cambios más pequeños se notan muchísimo.
8. La clave de una clase de idiomas es usarlo. Todo lo demás son trucos de magia para que el alumnado no se aburra ni desmotive.
9. No me considero mala profesora, ni tampoco muy buena, pero no me veo puntos fuertes. Mis puntos más débiles son enseñar a hablar y a leer. El seguimiento de los 21 días me ha hecho mucho más organizada.
10. Hasta ahora me había parecido que las quejas del tipo «pasamos más tiempo haciendo papeleos y burocracia que dando clase» eran un poco exageradas. Ya no me lo parecen.