Cuando empiezas a estudiar lingüística, aprendes que en una forma clásica las palabras se definen de dos maneras: por oposición y por su función. ¿Qué es un día? No es su definición; un día es lo que no es noche. También es sustantivo; es aquello que puede funcionar en el discurso en la posición que le toca. Las cosas son lo que no son (día/noche) y son aquello para lo que sirven (lo que hace de sujeto, lo que te encaja en la expresión «salgo de paseo todos los …»).
Si somos modernos o posmodernos y hemos dejado atrás el cartesianismo, los binarismos y los esquemas fáciles, sabemos que la realidad es mucho más complicada, pero estas estructuras fáciles llevan siglos influyendo cómo actuamos más allá de una clase de lingüística. Seguimos encontrando a personas que quieren categorizar la realidad en función de lo que diga el diccionario («el hembrismo existe, la RAE lo define como…»). Esto también ha ocurrido con el concepto de mujer.
La idea de mujer está subordinada a la idea de hombre. Lo siento, yo no hago las reglas. La hegemonía, el control del discurso público, el dinero, los diccionarios, los tratados de filosofía y las editoriales las han controlado los hombres y la mujer no es ni ha sido nunca un concepto primario o esencial, sino derivado del de hombre o ser humano. Veamos la función primero. Los hombres se han debido a Dios, o son dueños de la Creación, o su culmen, o están llamados a amarse los unos a los otros, o a conquistar tierras lejanas. Los hombres son, y hacen, y su subordinación puede ser a Dios o a la sociedad (de los demás hombres) o a nadie. Las mujeres se han debido al hombre, o a su valor reproductivo, o a un papel social como cuidadoras. Esto lo explica muy bien Alana Portero, con una definición de inspiración marxista y plenamente funcional:
Ser mujer es ocupar la posición desfavorable derivada de la división sexual del trabajo, cuyo máximo nivel de explotación sería el rol de parideras y cuidadoras que mantienen el sistema vivo sin percibir retribución alguna.
«Definiciones», de Alana portero, en Casa de Lectoras indeseables.
Galicia Méndez también ha desarrollado en twitter una definición más parcial a raíz de la publicación no consentida de fotos de una mujer trans: precisamente el acto de exhibir su cuerpo para insultarla y negar su condición de mujer la coloca en el género habitualmente humillado mediante la exhibición de fotos íntimas. El uso de roles de género femeninos es criticado, la condición de ser humano puesta a debate, por desgracia confirman que la víctima es una mujer. Si te tratan como a una mujer, es que eres una mujer.
Mi área está más cerca del análisis histórico, y ahí lo que se percibe es que la construcción del concepto de mujer por oposición sirve el doble propósito de subordinarnos y de crear categorías de nopersonas, nomujeres. El hombre-ciudadano es la medida de la humanidad, y la mujer es «lo contrario de un hombre, también ser humano pero con ciudadanía variable». El estatus de mujer ha sido un salvoconducto, un permiso de residencia en el extranjero, una amnistía cancelable para las mujeres a las que se aplicaran las virtudes del modelo feminino aceptable, que siempre podía cambiar porque dependía de cuáles eran las cualidades complementarias al modelo masculino ideal del momento. Una definición, por otra parte, siempre más aplicable a mujeres ricas que a las demás.
Por poner algunos ejemplos sencillos de la pirámide hombre – mujer – seres subhumanos, la esclavitud eliminaba el estatus de persona; más tarde, cuando se estableció que la principal cualidad del ser humano es lo racional, se dijo que los hombres no blancos no son racionales, los del sur menos que los del norte… y las mujeres menos que los hombres en cualquier caso. Cuando se determinó que los hombres son valientes, rudos, fuertes y con resistencia al dolor, se determinó que las mujeres son el sexo débil y enfermizo, salvo las mujeres pobres u obreras, que no son mujeres-mujeres del todo porque el trabajo manual embrutece. Con el deseo sexual ocurre algo parecido: las mujeres no sienten deseo, y si sienten deseo no son mujeres. Las prostitutas, las mujeres pobres y las empleadas domésticas estan disponibles y por tanto, no son mujeres de verdad. Y si son anti-mujeres no es para ser semi-masculinas, sino para perder el estatus de ser humano.
Así que cada vez que hablamos de «mujeres de verdad» para excluir a grupos enteros de nuestra fiesta de pijamas, qué condiciones pongamos a la entrada son irrelevantes. Determinados genes, determinado cuerpo, determinado tipo físico. Si excluyes a colectivos de tu definición de mujer, no se está defendiendo la esencia de lo verdaderamente femenino. No es una protección frente a un ataque externo: es ponerse a la altura de todos los hombres que han querido decidir por nosotras hasta qué punto nos daban permiso para ser casi personas. Vosotras veréis si queréis ser como ellos.