El 10 de Septiembre, aniversario de la muerte de Mary Wollstonecraft, puse en Twitter una breve historia del feminismo con el hashtag #feminismo101, acompañada de la advertencia de que mi punto de vista es fundamentalmente anglosajón, porque esa es la formación que he tenido. Hay más teorías y escuelas, fundamentalmente francesas.
Como muchos movimientos políticos, el feminismo ha pasado por fases que a veces son contradictorias entre sí. Algo domina al principio: la clave es que se ha preocupado durante unos dos siglos (desde finales del XVIII) sólo por las mujeres burguesas. Por lo tanto, el «pecado original» no ha sido atacar a los hombres, sino ser un movimiento discriminatorio contra muchas mujeres.
Aunque hay precedentes más antiguos, las primeras reivindicaciones, en los siglos XVIII-XIX las reivindicaciones fueron: el voto, el acceso a la educación y a las profesiones, y la propiedad. Un malentendido común es que se pedía la “incorporación al mercado laboral”. Esto es una simplificación. Las mujeres trabajaban en la industria, la agricultura, el servicio doméstico y alguna otra tarea más. Siempre fuera de la clase media. Las primeras feministas no defendían mejores condiciones o igualdad salarial con los hombres para estas mujeres.
La sociedad del siglo XIX aplicaba un triple estándar: por un lado, estaba su construcción de lo masculino. Y por otra parte, se predicaba un naturaleza completamente diferente para las mujeres obreras y para las burguesas. El ideal femenino tenía características incompatibles con estudiar o con ser profesional: inocencia sexual, ingenuidad, pasividad, ausencia de instintos animales como la violencia, falta de competitividad, fragilidad física, hipersensibilidad, miedo, espíritu de sacrificio, domesticidad. Las burguesas feministas rechazaron la feminidad de su tiempo sin atacar la contradicción que era la existencia de lecheras, mineras, cocineras, etc.
La reclamación de derechos civiles también beneficiaba a las mujeres ricas. En aquel momento y hasta bien entrado el siglo XX, las mujeres casadas no eran personas ante la ley. Sus propiedades, y su salario caso de tenerlo, pertenecían a su marido. Para solucionar posibles injusticias, hubo dos corrientes que se llevaron mal entre sí: la defensa del divorcio y la defensa de la personalidad ante la ley de la mujer casada.
A la larga, la primera oleada tuvo éxito. Sólo 5 naciones niegan hoy los derechos civiles básicos.
En los 50-60, surge el «Feminismo de 2º generación». Simplificando, mujeres blancas, ricas, heterosexuales reclamaron la igualdad social con los hombres blancos, ricos y heterosexuales. Aunque tenía buenas intenciones y consiguió algunos resultados muy positivos, fue profundamente racista y clasista, a veces por omisión y otras veces activamente. Resulta algo embarazoso leer en algunos de sus textos principales cómo para que las madres salieran a trabajar, se presupone un servicio doméstico de mujeres negras (en Estados Unidos) y/o pobres (en todas partes). La domesticidad es un concepto muy atacado y se propone que es una trampa para mantener a las mujeres alejadas del mundo laboral y económico. También se ataca la feminidad tal como se entendía en aquel momento: coquetería, suavidad, romanticismo, instinto maternal.
El feminismo original no había hablado de sexo, excepto en casos contados para referise al control de la natalidad. En la segunda ola, las actitudes respecto al sexo son variadas, aunque tienden a ser positivas. Rechazar la coquetería no es rechazar el sexo.
En los años 70 la cosa empieza a ponerse complicada cuando aparecen dos movimientos contra las limitaciones del feminismo de 2º generación: el womanism («mujerismo») y el feminismo radical. Es importante recordar que la década de los 60 es la de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos (donde hasta 1965 había un régimen muy parecido al apartheid) y que en los 70 tienen lugar muchas reivindicaciones por los derechos de los homosexuales.
El womanism se resume fácil: el feminismo es racista, y todas las mujeres blancas se benefician del racismo. Como mujer blanca, leer a autoras mujeristas me da la sensación que imagino que deben sentir los hombres cuando oyen hablar de feminismo: una vaga sensación de que me están acusando de unos actos de violencia que no he realizado yo personalmente. Aquí se explica que la feminidad no ha sido inventada sólo por oposición a los hombres, haciendo de las mujeres anti-hombres (no-violentas, no-fuertes, no-sexuales, etc, etc) sino que además se crea por oposición a la mujer de cualquier otra raza, que se convierte en todo lo que interesa a los blancos, hombres y mujeres: no es delicada, ni frágil, pura o inocente, tiene unos irreprimibles deseos sexuales…
El feminismo radical es otra cosa. Las principales voces son lesbianas que reaccionan en contra de los ideales masculinizados de la 2º generación, que había caído en la trampa de aspirar excesivamente a lo masculino. Si antes se quería «ser como hombres», las radicales querían lo contrario: evitar todo lo masculino. El movimiento era (es) provocativo, a veces anti-heterosexual, a veces misándrico, a veces anarquista y otras de izquierda. No todas sus propuestas son serias ni viables, sino que buscan hacer pensar. Algunas radicales piensan que la feminidad es una estrategia de supervivencia en un mundo hostil a la mujer, y su opinión sobre la domesticidad es parecida a la de la segunda ola: no, gracias. Comparte con el womanismo la búsqueda de un modo-de-ser-mujer nuevo, libre, algo más que un “quiero los derechos de los hombres”.
La mejor herencia del feminismo radical es su anticapitalismo, y la idea de que los diversos sistemas de opresión están interconectados. Por ejemplo: el hombre primero determina que las mujeres deben pertenecer a los hombres, y a cada hombre los hijos de su mujer o mujeres. De ahí se deriva por una parte la propiedad, y la idea accesoria de que los ricos son mejores y mandan sobre los pobres, y por otra parte, la idea de que los más mayores mandan sobre los más jóvenes. Lo siguiente puede ser la lucha por el territorio, las cosas, o las mujeres de los demás hombres. O un ejemplo positivo: las mujeres deberían sentirse unidas entre sí y debería haber más solidaridad entre ricas y pobres, pues sus problemas son muy diferentes pero el «enemigo común» es el patriarcado.
La tercera ola, por último, quiere ser un movimiento global que supere los errores de la segunda. Empieza entre finales de los 80 y principios de los 90. Se asume que si no luchamos contra todas las desigualdades a la vez, sólo estamos manteniendo un equilibrio violento y frágil. Si la sociedad tiene forma de pirámide escalonada con los hombres blancos y ricos arriba, y las mujeres como yo en segundo lugar, no podemos desear una pirámide truncada con los hombres a nuestra altura: tenemos que derribar toda la pirámide entre todos.
Los principales intereses de la tercera generación son la violencia de género, la violencia sexual, las alternativas a la familia nuclear, la mujer en el 3er Mundo, y el colectivo LBGT. Se piensa que la feminidad es una construcción social, pero ni positiva ni negativa a menos que atrape o sea impuesta, al igual que la domesticidad.
Quienes critican el término “feminismo” aunque estén a favor de la igualdad de hombres y mujeres suelen malentender “1º generación”, un movimiento superado porque funcionó, y dicen “¡pero si ya hay igualdad!”. Pregúntaselo a, no sé, una familia pobre en el sur de la India a la hora de decidir cómo reparten la carne y cuántos años van a la escuela sus hijas. Otros malentienden “feminismo radical», es decir, que todas creemos que la mujer es mejor o que la convivencia es imposible. Nada más falso. Claro que hay feministas radicales, pero también hay muchas que no.
En otros dos posts, pronto: preguntas surgidas de Twitter, y lecturas recomendadas.

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