La entrada anterior trataba sobre la educación de las mujeres ricas cuando solamente se estaban preparando para casarse, y poco más. Ahora bien, ¿con qué se entretenían mientras no estaban tocando el piano? ¿Cómo era un martes cualquiera para la lectora original de Orgullo y Prejuicio o Regreso a Howard’s End? Como siempre, cuanto más tarde, más protocolario es todo así que arreglarse podía ser más sofisticado y requerir más ayuda, y también más industrialización por lo que las tareas domésticas iban cambiando. Cada vez han sido menos productivas.

Lo primero: con enormes variaciones según la clase social y el paso de los años, una mujer haría algunas tareas de la casa o tendría que supervisarlas. Supongamos las hermanas Austen, las Dashwood en Sentido y Sensibilidad que solo tienen dos criados, o cualquier heroína de la clase media en Dickens. No lavarían ropa pero coserían al menos una parte (la de casa, la de los niños, la ropa interior o de dormir). Bordar parece tontería pero es el método principal de decoración doméstica, porque puedes hacer cuadritos, cortinas, hasta tapizados. Y complementos.

Zapatillas de andar por casa, de hombre. Tú tienes un par de semanas de entretenimiento y tu padre, zapatillas nuevas.

Supervisaban la limpieza, decidían qué se compraba y qué se comía. Si tenían tierras, los menús empezaban por ahí, y se hacían tantas conservas caseras como fuera posible. Mermeladas, salsas agridulces, fruta confitada… recuerda la falta de frigoríficos y de vitrocerámicas. Una mujer que no fuera tan rica como para tener su propia cocinera tendría que cocinar mientras la única criada lava o limpia. Eso, sin niños pequeños.

Luego está el arreglo personal. Cuanto más tarde en el siglo y más rica fueras, más veces te cambiabas de ropa al día. Las protagonistas de las novelas de Jane Austen se cambiarían: de la ropa de dormir a la de día, y de ahí a la de cenar, tal vez con un cambio en medio si se dedican a alguna tarea que ensucie, o a hacer alguna actividad física (paseo a pie o a caballo). En Downton Abbey, en cambio, hay ropa de mañana, de tarde, de hacer deporte incluido pasear, de noche… unos 5 cambios de ropa. No todos los cambios iban a requerir un cambio de peinado, pero aarreglarse el pelo una o dos veces al día podía llevar bastante tiempo. A principios de siglo y entre las mujeres menos ricas, se ayudarían unas a otras, si no contaban con una criada solo para este fin.

Aunque las líneas fueran fluidas a principios del S XX, aún se llevaba corsé, así que era difícil vestirse rápido o sin ayuda.

Las obras de caridad podían ocupar bastante tiempo a las mujeres que quisieran dedicarse a ello. A veces se hacían de manera organizada: reuniones entre amigas para conocer las necesidades de los vecinos, actividades para conseguir cosas que donar, mejor que dinero. Otras veces son iniciativas personales. Se hacían visitas a los pobres para entregar ropa o comida.

La vida social incluía, además de hacer visitas e ir a fiestas, leer y escribir cartas. Por una parte estarían las notas breves para contarse novedades urgentes (invitaciones, aceptaciones, rechazos, el niño se ha puesto malo, me acerco a echarte una mano) y por otro, mantener el contacto con los amigos que no vivieran cerca.

Así pues, ¿cómo sería un día cualquiera para una joven burguesa en torno a 1810? Por la mañana tardaría bastante tiempo en arreglarse, sobre todo en peinarse. Sus hermanas y ella se ayudarían mutuamente si la criada está ocupada con el desayuno. Después de desayunar, estudiaría sus lecciones, tocaría el piano, escribiría cartas, o alguna tarea práctica similar. Si saliera de casa, cualquier caballero de su círculo haría como si no la hubiera visto, porque se asume que va a hacer obras de caridad y la buena educación requiere que se hagan discretamente. Vamos, la mañana no se dedica a la vida social. Puede que haga recados.

Se come muy temprano (vivimos según el sol y se ha levantado casi al amanecer). La comida de mediodía es la menos importante del día: el desayuno es relajado y en familia, el té se puede hacer con amigas, la comida es un poco lo que pilles. Después de comer, lectura, bordado, paseo, salir a tomar el té o para recibir visitas (esto puede conllevar un cambio de ropa, más probable cuanto más avanzado el siglo). Té con amigas. Ropa formal, cena con amigos o familia. Después de la cena, alguien toca el piano. Esta mañana recibió una carta de una prima que vive a tres pueblos más allá, así que se la lees a todos los presentes (sí, las cartas se compartían si no trataban nada muy íntimo). Otras posibilidades de entretenimiento son leer en voz alta, dado que los libros son caros y así lo disfrutan todos; jugar a las cartas; y cantar, una persona o todos a coro.

Hubo autoras que denunciaron lo terriblemente aburrida que era la vida de las mujeres ricas. La que mejor lo hizo fue Florence Nightingale en su novela Cassandra. Las novelas con protagonistas que se refugian en el amor apasionado como vía de escape, del tipo de Madame Bovary, son otro buen ejemplo. Pero el problema de las mujeres en el siglo XIX no era tanto «estar aburridas por no tener nada que hacer» como tener círculos sociales limitados, sometidos a normas rígidas, y con muy pocas tareas consideradas aceptables, casi ninguna con influencia más allá de lo doméstico. Estaban todo el día muy ocupadas con cosas infinitamente pequeñas, que no eran o no se percibían como importantes.

En la próxima, veremos que hacían sus hermanos mientras tanto.

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